Sabíamos que este sería nuestro último embarazo y queríamos vivir el parto de una manera igual o más bella que el primero a ser posible. Mi primer parto me dejó tal huella, que había leído y me había informado bastante. Sabíamos que nuestro bebé sería grande y las pegas que ponían con eso, así que empezamos a valorar tenerlo en casa con comadronas amigas
Tras
algunos tiras y aflojas, este fue mi parto visto por los ojos de mi pareja Albert,
que me ayudó y apoyó en todo momento.
Me
permitiré algún inciso, por ser la protagonista.
Son las 19:30 aproximadamente de un viernes 13 de junio (fecha muy cinematográfica), mi mujer con una sonrisa entrecortada me dice que tiene pequeñas contracciones. Llegamos a casa después de un largo paseo por el infierno soleado que cae en Lleida. Algunas personas del barrio nos paran a contemplar la barriga de mi mujer, no salen de su asombro.
Así, una vez en
casa, Miren sale disparada por las escaleras. No quiere que se le paren las
contracciones, y empieza a subir y bajar escaleras todo el rato. Un rato mas
tarde, entra de nuevo en casa, me mira, y todo sigue su camino. Respiramos
tranquilos.
El día anterior
tuvimos visita. “Esta verde el asunto”. Nos temíamos lo peor. El sábado 14 era
la fecha límite para el Hospital de Lleida. Se cumplían 2 semanas de retraso.
Aunque en la primera visita al ginecólogo, ésta
nos adelantó una semana la fecha prevista. Nos dijo “el feto es grande, por las
medidas, no corresponde a la semana que vosotros me decís” y punto.
Verdaderamente buscábamos el segundo embarazo. Sabíamos exactamente las
cuentas. Pero unas medidas con alto percentil, y un macrosoma en el primer embarazo,
adelantaron la fecha, y más tarde, nos pasaría factura y malestar en
posteriores visitas.
Pero esa tristeza
de llegar al Hospital de Lleida, y tener que provocar el parto, se desvaneció rápidamente
ese viernes.
Aguardamos varios
minutos, y cuando las pequeñas contracciones seguían sin cesar, avisé a las
comadronas, “¡¡Miren, tiene contracciones!!”
Durante varias
horas las contracciones se habían vuelto más frecuentes. Miren probaba todas
las posturas que la habitación permitía, mientras aguardaba impaciente la
llegada de las comadronas. Yo atendía a la niña, al igual que la tía de Miren,
que vino a ayudarnos. Visitaba la habitación donde aguardaba Miren, que
empezaba con los primeros gemidos. Sonreía de oreja a oreja. Enviamos whatsapps
a todo el mundo. ¡No nos iban a provocar el parto!.
Sobre las 23:00
llegaron las comadronas, cargadas con sus cosas. Fueron a ver inmediatamente a
Miren tras el riguroso saludo. La niña ya dormía, puerta cerrada, esperando que
no se levantara.
Tras la primera exploración,
lo tenían claro….. Seguíamos el parto desde casa. Si todo iba bien, no hacia
falta traslado al Hospital de Lleida.
Miren se emocionó,
me lo dijo casi sin poder expresar las palabras“Vamos a tenerlo en casa” tenia
los ojos vidriosos. Las comadronas, con ganas. La verdad es que nos pensábamos
que al ser un bebe grande, y al estar tan verde aún, partiríamos hacia el
Hospital de Lleida. Pero no. Que bien.
Avisé a la tía de Miren,
que impacientemente aguardaba las primeras noticias. Le informé que sería aquí
en casa. Los nervios se la comieron, pero no dijo nada. Sólo puso mala cara. Yo
andaba contento y seguía a lo mío.
Unas fotos por
aquí, unos videos por allá, y más whatsapps avisando a la familia cercana.
Los gemidos iban
“in crescendo”, al igual que las contracciones, cada vez más fuertes.
Eran más de la 1 de
la noche. La tía de Miren muy nerviosa, no quería hablar con nadie, sólo que el
tiempo pasara rápido y todo saliera bien. Las comadronas relajadas en el
comedor, y a mi…… me entró el hambre.
En la que seria una
de las últimas escapadas de la habitación, le dije a la tía de Miren, si podía
hacerme un huevo frito. Pero me quedé ahí. Volví a la habitación, y Miren me
pidió que ya no saliera, necesitaba mi presencia y mi mano. Pobre huevo frito!
Los gritos se oían
por toda la casa. Pero la niña no se levantaba, que maravilla de hija.
Fue
increíble para mí comprobar como mi cuerpo hacía el camino, contracciones, la
transición, contracciones más fuertes, ganas de empujar, aro de fuego.
Todos
me preguntan si no sentía dolor. Se siente dolor, dolor fuerte, pero es un
dolor que sabes que indica que todo sigue su camino, que te indica que puedes
seguir adelante.
Para
sobrellevarlo yo buscaba en mi interior, al igual que la otra vez, fuerzas. Me acordaba de mi madre, de mí tía,
de mis abuelas, de mi hermana, de mi prima, de las mujeres… de mi hijo, que
estaba conmigo haciendo ese camino, que había querido hacerlo conmigo y sólo
conmigo y volvía a pujar.
De repente, estando
Miren en posición 4 patas en el suelo, apoyada en la cama, un poco de líquido cayó
por sus piernas. WTF!! pensé yo. Avisé a las comadronas, se aproximaron a la
habitación para comprobar, pero sólo se había roto una membrana. No era la
bolsa.
Miren aguantaba las
contracciones, pero aún sin ganas de empujar. Más tarde, las cataratas del Niágara
se trasladaron a la habitación, y un gran charco de agua salió disparado. El
estruendo fue tal que no hizo falta avisar a las comadronas, lo oyeron en la
otra punta de la casa. Miren rompió aguas.
Se me subieron los
testículos a la garganta. Sabía que, si las aguas eran sucias, salíamos por
patas hacia el Hospital (panic!) y todo el gozo en un pozo. Por suerte, las
comadronas nos dijeron que eran limpias. Que alegría. Vamos Miren, vamos!
Las 02:20. Otra exploración.
Posición de la cabeza, perfecta.¿ Latido del corazón? Mmm ¿Dónde está? El niño
no paraba de moverse. Finalmente sonó el latido. Como un torete.
Ya viene.Primera contracción
de empuje. Que dolor me daba verlo. “Menos mal que nosotros no parimos”
pensaba. Y el huevo frito, pobrecillo, estará frío.
5 minutos después,
segunda contracción. Observadoras, las comadronas, miraban como poco a poco
empezaba a salir. Espejo en el suelo, como si fuera el pan de cada día. No quería
mirar. Miren me apretaba la mano.
Siguiente
contracción. Ya sale un poco la cabeza. “Viene peludo” dijo una de las
comadronas. Me animaron a verlo. Así que, por una única vez, asome la cabeza
por detrás de Miren, y en el espejo vislumbré un mechón de pelo. ¡Madre mía!
Cuarta contracción.
Ufff que dolor. Estábamos preocupados, por que al ser tan grande, tenía que
rotar y salir bien, a poder ser, sin que hubiese una distocia de hombros. Que
momentos. Que nervios.” Dios Miren date prisa, que está ahí”, pensaba.
Penúltima contracción.
El niño prácticamente está fuera. Rotó por sí mismo. No hubo falta mucha ayuda
de las comadronas, que tío mas listo. Que valiente Miren. No podía más, estaba
agotada. Apretaba los dientes como si estuviera en un combate de sumo. Increíble.
Última contracción.
Aran estaba entre nosotros. Sábado 14 de junio, 2.46 de la mañana.
Salió con los brazos
en cruz. Las comadronas le dijeron a Miren que lo sujetara. Así que saco
fuerzas, levantó una pierna y metió las manos por abajo en busca de Aran. Se me
volvieron a subir los testículos a la garganta. Estaba tan resbaladizo, que
casi se escurre de las manos y cae al suelo. ¡¡Dios lo que faltaba!!!
¡Que alegría!
Espectacular. Increíble. Que bien. Que rápido. La física hizo su papel. Que
horror fue parir a la niña tumbada, y que limpio salió Aran a 4 patas.
Besos para todos.
Abrazos. Sonrisas. La habitación se había convertido en una piscina. Que preciosidad.
Pero no recuerdo un llanto muy ruidoso. No como el de Nahia.
Salí de la
habitación, rumbo a buscar a la tía de Miren, a su prima que había llegado de
Zaragoza y a su chico. Ya esta aquí, todo salió bien, es precioso.¡¡¡ Que
maravilla!!! Recuerdo un gran abrazo a
la tía de Miren. Se que lo había pasado mal. Y antes me había asegurado que
quería matarme.
El cordón aun latía. Más de 10 minutos
aguardando los últimos compases antes de cortarlo. Me cedieron para cortar,
pero tenía miedo de cagarla. Tapamos a Miren, que tenia una cara sudada, de
alegría, con el niño en brazos, sin despegarse de ella.
Las comadronas querían
pesar al niño. Aguantando la bolsa de tela, introducimos a Aran dentro. “Suelta
la bolsa” le decía Montse que sostenía la bolsa a Rosa. Pero Rosa no estaba
sujetándola también....Tras restar el peso de la bolsa, Montse no salía de su asombro. Un
niño de 5,340 gramos ,
en casa.
El primero tan grande que habían asistido en casa. Un parto perfecto.
No
sentí miedo en ningún momento y a comparación con mi parto anterior, tuve una
fantástica sensación de continuidad. Aún hoy me estremezco al recordar que mi
hijo nació en nuestra habitación.
Agradezco
mucho a mi tía Charo, mi prima Charo y su pareja Luismi, por haberme regalado
un puerperio genial, a mi marido Albert, que siempre me apoya y me acompaña y
vivió todo tan intensamente como yo, a mi hija Nahia, que me ayudó mucho con
los ejercicios y a soportar las últimas semanas, a mis amigas comadronas Montse Bach y
Rosa Escribà, que creyeron en mi y en mi hijo y a mi hijo Aran, que me ha
regalado una maravillosa experiencia con su nacimiento.
No
me arrepiento de nada y animo a todo el mundo a que lea y se informe, son
momentos que no se volverán a repetir. Que elijan al menos la manera en la cual
les gustaría vivirlos.
Que
cada mujer se siente consigo misma a pensar y decidir como quiere que sea, pero
sobre todo que se informe, para encontrar un entorno en el que sea respetada.